lunes, 7 de abril de 2008

LA CIUDAD COMO ESPACIO DONDE EJERCER LA CIUDADANÍA

La ciudad como espacio en donde ejercer la ciudadanía
Humberto Giannini
Anales del 6º Encuentro Científico sobre el Medio Ambiente Ponencia

http://64.233.169.104/search?q=cache:gcNGYIAUYjoJ:www.cipma.cl/RAD/1999/12_Giannini.pdf+articulo+ciudad+ciudadania&hl=es&ct=clnk&cd=8&gl=cl&lr=lang_es

¿Qué pasa con la ciudad? ¿Qué le pasa al hombre contemporáneo que ha vuelto su mirada sobre la ciudad? Me parece importante hacerse esta pregunta. Para los antiguos fue evidente que eran las relaciones cotidianas entre los habitantes de un mismo espacio donde se ejercía la sociabilidad humana, donde se ejercía la ciudadanía. La ciudadanía se ejerce en la ciudad. Y era allí también donde se hacía real y efectiva la vida política. Eso en el mundo griego, cuando todavía no se produce el desprestigio o el antiurbanismo. Aristóteles definía al hombre como un animal político y esta definición permanecerá inamovible por siglos, hasta que la ciudad empiece a perder su centralidad frente al poder unificador del Estado-nación. Es así como los grandes utopistas y otros construyen sus modelos de vida justa y feliz al interior de las murallas de una ciudad. No piensan en un país, sino que piensan al interior de una ciudad, en una espacialidad accesible a todos los que viven bajo el mismo sol. Más tarde, cuando comenzaron las grandes migraciones campesinas hacia los centros urbanos, la vieja definición griega es rescrita y el ser político se transforma en algo mucho más amplio e indeterminado: el ser social. Incluso se traduce la definición de Aristóteles "el hombre es un animal político", como "el hombre es un animal social". Ha cambiado no Aristóteles, sino la percepción de lo que es el hombre .Podría decirse que esto ocurre cuando en Europa empieza a consolidarse el concepto de nación, de Estado nación, de espíritu nacional, hacia fines del siglo XVIII. Poco después, la ciudadanía será entendida como la pertenencia del individuo a una nación, a un territorio patrio. Están incluso los grandes escritos sobre la nación como una entidad incluso ética. Habría que agregar que en América las cosas ocurren al revés. Primero se inventan las naciones y a propósito de las naciones empiezan a surgir las ciudades, por necesidad fronteriza para detener a los enemigos, es decir "al otro". En estos casos, la ciudad surge después de la nación. Pero, es un hecho que el territorio nacional, tanto en Europa como en América, es una espacialidad generalmente obtenida a través de conflictos, conquistas, anexiones y alianzas definidas por líneas convencionales imaginarias que cada vez que se alteran producen agrupamientos étnicos artificiales y desgarros violentos, como lo documenta la historia en estos días en tantos países de Europa. La espacialidad territorial Se podría sostener que este tipo de espacialidad—la espacialidad nacional o territorial— no mantiene ningún vínculo político directo con el ser humano, en cuanto sujeto social. Que ella no es, entonces, el contexto apropiado para la biografía que escribe cada ciudadano, cada "parroquiano" con sus vecinos, con sus asociados reales y con sus amigos. Esta territorialidad nacional tampoco tiene conmensurabilidad con la experiencia de mundo que tiene cada cual. Nuestra experiencia de mundo es la experiencia de un paisaje, de unos olores, de unas fragancias, de unos amigos, de una casa, de un barrio. Esa experiencia de mundo no tiene nada que ver con la territorialidad nacional. Tampoco tiene que ver este territorio nacional con lo que abre o cierra nuestras propias posibilidades. El vecindario, la gente que encontramos, esto que hace posible el encuentro entre los seres humanos, que ocurre de nuevo al interior de la ciudad y no del espacio nacional. Con el afianzamiento del estado nación, que es otra percepción de la pertenencia humana, sobreviene una cierta descontextualización del espacio público, y el ciudadano destinatario del discurso político es reemplazado ahora por ese receptor omniabarcante que se llama pueblo. Pasamos de* Artículo resumido y editado por Ambiente y Desarrollo a partir de la intervención del autor durante el 6to Encuentro Científico sobre el Medio Ambiente, organizado por Cipma, Santiago, 6-8 de enero de 1999.** Miembro de Honor del Collége de Philosophie de Francés. Miembro de Número de la Academia Chilena de la Lengua .Profesor de Filosofía de la Universidad de Chile.48 Ambiente y Desarrollo - Marzo / Junio 1999VOL XV - Nos1 y 2, pp. 48 - 49 (ISSN 0716 -1476)
LA CIUDAD lo social y del hombre social al pueblo, que es una entidad de alguna manera muy real, pero también irreal. Finalmente en nuestros días, con el desplome estrepitoso de los grandes proyectos sociales, han ocurrido curiosos reajustes lingüísticos que expresan en el fondo desconcierto y temor por lo que respecta a los límites de la realidad social y su verdadera unidad. Es así como ha desaparecido del vocabulario político el término de pueblo. Ya nadie usa este término para nombrar al destinatario casi místico de la preocupación política. Se le suele reemplazar en los discursos con el vocablo tan espantosamente desabrido de "gente". Pero al mismo tiempo ha venido haciendo su regreso en gloria y majestad la vieja y noble expresión de "ciudadano", con la que la revolución francesa había querido exaltar al sujeto de los derechos civiles en un estado éticamente constituido.

El radio de acción de la ciudadanía
Quisiera preguntar a qué espacialidad apunta este concepto de ciudadanía y cuál es el radio de acción política de este ciudadano; es decir, en qué espacio ejerce efectivamente sus derechos civiles y de qué manera. Resulta sugerente esta coincidencia de que el vocablo ciudadanía, que comienza nuevamente a emplearse en todas partes, vuelve a ser empleado en un momento en que se nos plantea
Resumen
En nuestros días, con el desplome estrepitoso de los grandes proyectos sociales, han ocurrido curiosos reajustes lingüísticos que expresan en el fondo desconcierto y temor por lo que respecta a los límites de la realidad social y su verdadera unidad. Es así como ha desaparecido del vocabulario político el término de "pueblo". Pero al mismo tiempo ha venido haciendo su regreso en gloria y majestad la expresión de "ciudadano". Frente a esto es necesario preguntarse a qué espacialidad apunta este concepto de ciudadanía y cuál es el radio de acción política de este ciudadano. El problema que la sensibilidad contemporánea comienza a entrever es que la ciudadanía requiere de un espacio real en el que pueda ejercer sus derechos y gozar de ellos; al tiempo que percibe en nuestros días la huida, la dispersión de tal espacio.
La territorialidad nacional tampoco tiene conmensurabilidad con la experiencia de mundo que tiene cada cual. Nuestra experiencia de mundo es la experiencia de un paisaje, de unos olores, de unas fragancias, de unos amigos, de una casa, de un barrio de manera muy aguda el problema de la vida urbana. Además, en un momento en que son las distopías y no las utopías las que alimentan la gran creación literaria, la creación de la plástica y del cine y los problemas de la ciudad, como la delincuencia .No es difícil explicar este fenómeno. La gran ciudad ofrece hoy la más amplia gama de posibilidades a las expectativas de trabajo, estable u ocasional, de estudio, de profesionalización o simplemente de vivir una vida mas excitante. Tales expectativas vienen precipitando el proceso de desplazamiento comenzado hace aproximadamente dos siglos, sobre todo entre la gente más joven, el abandono de la tierra y de la siesta provinciana. El gran flujo migratorio hacia los centros de atracción ha tenido como consecuencia inmediata —o la tuvo, ya que desaparece hoy día— la polarización de la ciudad entre un centro de poder y un cordón periférico. Como ejemplo están las villas miserias, que todavía existen en Buenos Aires, y las poblaciones callampas de Santiago, que como una gruesa cuerda han venido rodeando la ciudad y cerrando su nudo sobre ella. La antigua ciudad se vuelve desconocida, densa e irrespirable, en razón de su mismo exceso de humanidad. Difícil controlar los residuos tóxicos que esta humanidad produce, compartir el agua, el aire, el sol. Difícil compartir un espacio para habitarlo dignamente. Difícil convivir, no agredirse, no protegerse contra el enemigo interior más allá del barrio o de las rejas protectoras de un condominio. Es cierto que esta ciudadanía puede garantizarnos todavía ciertos derechos muy generales: el derecho a voto, el derecho a la propiedad. Pero el problema que la sensibilidad contemporánea comienza a entrever es que la ciudadanía requiere de un espacio real en el que pueda ejercer sus derechos y gozar de ellos; al tiempo que percibe en nuestros días la huida, la dispersión de tal espacio. ADAmbiente y Desarrollo – Marzo/ Junio 199949

Artículo resumido y editado por Ambiente y Desarrollo a partir de la intervención del autor durante el 6to Encuentro Científico sobre el Medio Ambiente, organizado por Cipma, Santiago, 6-8 de enero de 1999.
** Miembro de Honor del Collége de Philosophie de Francés. Miembro de Número de la Academia Chilena de la Lengua.
Profesor de Filosofía de la Universidad de Chile.

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