lunes, 7 de abril de 2008

LA APUESTA POR LA CIUDAD EDUCADORA

La apuesta por la ciudad educadora
Joan Soler Amigó
http://www.oei.es/cultura/LaapuestaJSAmigo.htm

El lugar donde se alza una gran ciudad
no es donde se extienden los muelles,
donde se levantan los almacenes y las fábricas,
donde se amontonan los productos,
Ni es el lugar de los continuos cumplidos a quienes
acaban de llegar,
o donde levan anclas cuantos se van,
Ni es el lugar de los más altos y más caros edificios,
ni de las tiendas que de todo venden y de todas
partes,
Ni es el lugar de las mejores bibliotecas y escuelas,
ni el lugar donde más abunda el oro,
Ni es el lugar de la población más numerosa...

Walt Whitman
(The leaves of grass)

La urbe y la polis: la ciudad

Pues ¿qué es la ciudad? ¿Casas, calles y plazas? Eso sería urbe, tal vez, pero no ciudad. De urbe deriva urbanismo, urbanización, urbanidad... De ciudad -es decir, de "cívitas"- proviene civismo, civilidad, civilización. ¿Número de habitantes? Una cosa es la demografía y otra la democracia. La urbanidad corresponde a la urbe: es el comportamiento urbano: convencional, respetuoso, que no obliga a intercambiar confidencias, que no requiere decir cómo te llamas, quién eres, de dónde vienes ni adónde vas, impersonal, anónimo. El civismo, en cambio, se fundamenta en derechos y deberes, implica, compromete; corresponde a la ciudad, a la "polis".
La ciudad es el espacio de la sociedad: un microcosmos donde practicar el conveniente ejercicio de "pensar globalmente, actuar localmente". Lo decía el arquitecto y urbanista parisiense Roland Castro en el 1º Congreso de Ciudades Educadoras de Barcelona (1990):

"La ciudad-mundo, donde está el mundo entero en la misma ciudad, es nuestro destino. (...) Debemos de conjugar a la vez lo que es de orden universal y lo de orden específico, y es justamente por medio de las aportaciones de las demás culturas que podemos abordar la cuestión. Personalmente, considero extraordinario que nuestro destino sea la ciudad-mundo. Detesto de una manera especial lo que se denomina el derecho de los primeros residentes, sea cual sea su país".

Habrá que volver luego al tema apuntado de la multiculturalidad, a la inmigración inherente a la ciudad. Sigamos. Ortega y Gasset destacaba el valor de este espacio advirtiendo que la ciudad es, antes que cualquier otra cosa, plaza, ágora, intercambio, debate. La ciudad, decía, no precisa casas, sólo fachadas que den a la plaza. "Hay que salir de las casas para encontrar la ciudad".
No hay que olvidar que el origen de la ciudad, y el de la democracia es mediterráneo. Es sano volver de vez en cuando al pensamiento clásico sobre la "polis" griega y sobre el sentido auténtico de la política. Dice Aristóteles: "Si todas las comunidades tienden a algún bien, es evidente que mucho más que otra y al bien más principal, la ciudad es la principal entre todas y la que las comprende a todas. (...) La comunidad naturalmente constituida para la satisfacción de las necesidades cotidianas es la casa; y la primera comunidad constituida por varias casas en vista a las necesidades no cotidianas es la aldea. La comunidad perfecta de varias aldeas es la ciudad, que tiene, por así decirlo, el extremo de toda suficiencia. Y la ciudad es el fin de las anteriores, y la naturaleza es fin. (...) De todo lo cual resulta, pues, que la ciudad es una de las cosas naturales, y que el hombre es por naturaleza un animal social. (...) Si el individuo separado no se basta a si mismo se asemejará a las demás partes en relación con el todo, y quien no puede vivir en sociedad, o no necesita nada, por propia suficiencia, no es miembro de la ciudad, sino una bestia o un dios".

Lo primero, lo ideal, lo natural, no es, pues, el "home, sweet home", sino la ciudad, la "polis". Y la ciudad no es una aldea, ni un barrio, ni una urbanización. La ciudad es el espacio natural -si el ser humano es naturalmente un "zoos politikón", un animal político- de la política, de la democracia. Es una auténtica "república de valores". O no es ciudad, sólo urbe.
Puede haber urbe o urbanización sin plaza, pero no ciudad. Puede haber territorio pero no espacio público. Las casas no hacen la ciudad, sino las personas que se encuentran en la plaza. Sólo la ciudad hace ciudadanos y sólo los ciudadanos y ciudadanas hacen la ciudad. La nación, por si misma, no crea ciudadanía sino pertenencia a un grupo, no ciudadanos sino "naturales", ya que "natio" es el lugar donde alguien es "natus", nacido. Y el Estado comporta contribuyentes, súbditos, usuarios de servicios... tampoco ciudadanos. Etimológicamente, se es nacional por nacimiento, pero ciudadano por civismo, por educación, consistente en la ejercitación en valores.
La ciudadanía se conquista, se gana, se merece, se fundamenta en un compromiso de persona libre entre personas libres. La ciudadanía no la dan los genes: por los genes se es, tan sólo, gente. Ni el mero permiso de residencia, sino el derecho a participar en la ciudad, en la "polis", en la vida política. La diferencia entre demografía y democracia se explica por los valores, por el civismo, que es la vida de la ciudad.

Allí donde se alza la ciudad de la raza más firme de poetas y oradores,
Donde se alza la ciudad que ellos aman y a quienes, a cambio, ella ama y comprende,
Donde no se levantan a los héroes otras piedras que las palabras y los hechos más corrientes,
Donde la ganancia tiene su lugar y el sentido común tiene su lugar,
Donde hombres y mujeres no tienen demasiado en cuenta las leyes,
Donde el esclavo deja de serlo, y el amo de esclavos deja de serlo,
Donde el pueblo, de repente, se rebela contra la audacia desenfrenada de la gente elegida,
Donde hombres y mujeres se yerguen furiosos,
como yergue el mar al silbido de la muerte sus irresistibles y asoladoras olas,
Donde la autoridad externa se aparta siempre al paso de la autoridad interna,
Donde siempre el ciudadano es el ideal y el jefe, el presidente, el alcalde, el gobernador y todos los demás son agentes a sueldo del ciudadano,
Donde se enseña a los niños a ser su propia ley ellos mismos, y a comportarse por si mismos,
Donde la ecuanimidad se manifiesta en los quehaceres,
Donde se incita a las especulaciones sobre el espíritu,
Donde, junto a los hombres, en la calle, en las manifestaciones públicas, desfilan las mujeres,
Donde, junto a los hombres, para tomar parte en ellas, entran las mujeres en las asambleas públicas,
Donde se alza la ciudad de los amigos fieles,
Donde se alza la ciudad de la pureza de los sexos,
Donde se alza la ciudad de los padres más sanos,
Donde se alza la ciudad de las madres de cuerpo más bien formado,
Allí se alza la gran ciudad.

Walt Whitman
(The leaves of grass)

La ciudad, el medio de la democracia

Un segundo renacer de la ciudad, luego de la "polis" griega y la "urbs" romana, fue en la Baja Edad Media, luego del duro régimen feudal. Reapareció con el comercio, abierto a toda suerte de intercambios: con él, las ciudades florecieron de nuevo. Las ciudades mercado, los burgos, las villas francas, libres, abiertas. Se trataba de una verdadera autodeterminación: "las persones eran capaces de crear las condiciones de su propia libertad", según afirma Richard Sennett en "La conciencia del ojo": "La ciudad medieval era concebida por sus habitantes como un lugar en el cual las personas iban a ser capaces de redactar sus propias leyes laicas, y ejercer su voluntad política, en vez de estar maniatadas por una serie de obligaciones heredadas, propias del vasallaje".

Esa expresión de libertad venía expresada por la frase que varias ciudades hanseáticas inscribieron en las puertas de sus murallas: "Stadt Luft macht frei", "el aire de la ciudad hace personas libres", es decir ciudadanos y ciudadanas, y no súbditos. Fuera de la ciudad, el primitivismo, la incivilización, la incerteza, la barbarie.
Francesc Eiximenis, en su obra "Regiment de la cosa pública", se preguntaba: "¿Por qué los hombres hacen las ciudades y por qué fueron halladas del comienzo del mundo acá?". Y respondía, entre otros, en los siguientes términos:

Para ahuyentar ignorancia (se echa mejor de si mismo la natural ignorancia en lugares poblados y notables, que en la soledad).
Para ahuyentar malas codicias.
Para contrastar los malos hombres y para defenderse de ellos.
Para proveer bastantemente a las necesidades de los hombres.
Para dar a los hombres honesto placer y alegría.
Para el servicio especial de la cosa pública.
Por necesidad de contratos.
Para regimiento del pueblo.
Para vivir virtuosamente.

En pleno siglo XIV, Eiximenis auguraba que, tiempos a venir, "...el mundo será dividido en comunas y que a partir de un momento dado no habrá reyes ni duques, ni condes ni nobles, ni grandes señores, sino que de entonces adelante hasta el fin del mundo reinará en todas partes la justicia popular".
Las principales utopías que han sido soñadas milenios atrás, tienen figura y estructura de ciudad: Platón imagina la República ideal, la ciudad filosófica en la cual el bien común -concepto y expresión hoy caídos extrañamente en olvido- prevalecería sobre el bien particular, una ciudad a imagen y semejanza del ser humano: "En el alma de cada uno de nosotros se hallan los mismos principios que en la ciudad, y en igual número". Agustín contrasta la ciudad terrenal y la de Dios, la ciudad teológica: "Dos amores fundaron dos ciudades...". Y, desde Thomas More, la ciudad, edificada en la Nova Insula Utopia, toma la organización de una república democrática "donde todo es común y nadie teme que pueda llegar a echar en falta nada personal... donde no hay pobres ni mendigos y, aunque nadie tenga nada, todos tienen de todo". A Utopía seguirá la Ciudad del Sol de Tommaso Campanella; y la New Atlantis de Francis Bacon, la ciudad científica. Más adelante, Etienne Cabet imaginará Icaria, una ciudad comunista "regida por los principios generales de la Fraternidad, la Libertad, la Solidaridad y la Comunidad" anhelada como la felicidad de la humanidad. Y hará un llamamiento a descubrirla, a fundarla: "¡Trabajadores, vayamos a Icaria! Ya que en Francia se nos persigue, ya que nos niegan todos los derechos, cualquier libertad de asociación, de reunión, de discusión y de propaganda pacífica, vayamos a buscar en Icaria nuestra dignidad de hombres, nuestros derechos de ciudadanos y la Libertad con la Igualdad".

Contrastando con las filosofías y las fantasías utópicas, con las estéticas y racionales ciudades renacentistas, y con los revolucionarios intentos socialistas de descubrir o acuñar la ciudad ideal, Charles Dickens denuncia la trágica tensión que desgarra la ciudad de la era industrial: "Era la mejor de todas las épocas, era el peor de todos los tiempos, era el siglo de la sabiduría, era el siglo de la estupidez, era la época de la fe, era la época de la incredulidad, era la estación de la Luz, era la estación de las Tinieblas, era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación, lo teníamos todo ante nosotros, no teníamos nada ante nosotros, íbamos derecho al cielo, íbamos exactamente en la dirección opuesta: en resumen, aquel período se parecía tanto al presente que algunas de las autoridades más célebres de la época insistían que se hablase de ella sólo en superlativo, tanto para el bien como para el mal".

Es la "Historia de dos ciudades", el siglo XIX, una era en que las filosofías políticas de siglos anteriores no resistían mantenerse en la teoría ni en la letra de las constituciones democráticas. Despuntaba la hora de la democracia del proletariado, de la revolución, de la lucha final, que inauguraría una nueva sociedad, un mundo nuevo, no en una isla lejana hacia poniente, sino surgido de la transformación radical del viejo mundo, de la vieja sociedad. La insurrección de la Comuna de París, Barcelona, "la rosa de fuego"... Así la describe George Orwell en 1937 en "Homenatge a Catalunya", como una insólita realidad: "Era la primera vez que me hallaba en una ciudad donde mandaba la clase obrera. Prácticamente todos los edificios importantes habían sido ocupados por los trabajadores y aparecían decorados con banderas rojas o con la bandera roja y negra de los anarquistas; las paredes estaban llenas de dibujos con la hoz y el martillo y las iniciales de los partidos revolucionarios; casi todas la iglesias habían sido saqueadas y quemadas las imágenes. Equipos de obreros se dedicaban a derribar sistemáticamente los templos. Todos los comercios y cafés exhibían una inscripción haciendo constar que habían sido colectivizados; incluso los limpiabotas habían sido colectivizados y habían pintado sus cajas de color rojo y negro. Los camareros y dependientes te miraban a la cara y te trataban de tú a tú. Las locuciones verbales de matiz servil e incluso ceremonial habían desaparecido temporalmente. Nadie decía señor o don, ni tan sólo usted; todo el mundo te trataba de camarada y de tú, y decía: ¡Salud!, en lugar de Buenos días".
"No había automóviles particulares, pues todos habían sido requisados, y todos los tranvías y taxis y buena parte del resto de vehículos de transporte aparecían pintados en rojo y negro. (...) A lo largo de la Rambla, la ancha arteria central de la ciudad, por donde la multitud circulaba constantemente arriba y abajo, los altavoces bramaban cantos revolucionarios todo el día y buena parte de la noche. Y lo más sorprendente de todo era el aspecto de esta multitud. En apariencia era una ciudad donde las clases ricas habían dejado prácticamente de existir".

En la linde del Tercer Milenio: ciudad o anticiudad

Han cruzado nuestra historia guerras e intentos revolucionarios, cayó el muro de Berlín. Nos hallamos a finales de siglo, a las puertas de un milenio. En el Congreso de Urbanismo de Estambul auspiciado por las Naciones Unidas se dijo: el mundo actual es el de las ciudades, en el siglo XXI todo el mundo vivirá en ellas. Pero tal apreciación no es en modo alguno exacta: el mundo va hacia una urbanización sin ciudades. Una ciudad es otra cosa: estructuras y servicios, tejido social, valores compartidos, solidaridades, proyectos de diversidad, autogobierno, democracia...
La ciudad postmoderna se ensancha al espacio global, sin límites ni propiamente territorio, alcanza la región y deviene megalópolis, como una nebulosa urbana, invadiendo la naturaleza. Se extiende hasta la periferia, hasta "ex-urbia", más allá del contínuo urbano, hasta donde termina la ciudad propiamente dicha. Seguramente aun existe territorio, pero ya no existe mapa. Ni ciudadanía. Es el destino liberal de las ciudades. Segrega, se segrega, se constituye en un entorno autosuficiente, la plaza y la calle sustituidos por parques temáticos, enlazando con la ciudad sólo a través de la autopista y el automóvil. ¿Ciudad? ¿no-ciudad?
Por otra parte, entramos en la era de la información, constituida por una red acéfala de conexiones horizontales, sin fronteras, con difícil control desde los centros de poder. ¿Es Internet, tal vez, la ciudad-mundo, una ciudad virtual? ¿O más bien la anticiudad? ¿Crea ciudadanía? ¿De qué tipo? ¿Hasta qué punto alcanza a sustituirla? Hasta qué punto será ciudadano quien no esté en Internet? Democracia virtual versus democracia real?
En la cultura de los cómics aparecen viejas ciudades en ruinas, propias de una civilización pretérita, en espera de un "segundo origen"; ciudades distópicas que contrastan críticamente con las ciudades reales; ciudades utópicas, ideales... en escenarios hiperrealistas, como cuerpos vivos, emergentes, en evolución... Los cómics expresan motivaciones: parece flotar en ellos la inquietud o el desengaño ante la ciudad irrealizada, inalcanzada.
Pues el ciudadano es la ciudad, la lleva dentro. Manifiesta su sentido de pertenencia. He aquí la "condición urbana". Existe una ciudad de los sentimientos, la ciudad íntimamente percibida, querida, deseada. Pues la ciudad es una densa mezcla de sentimientos, de estados de ánimo, de tradiciones, de culturas, de lugares, de signos, de imaginario, de valores...
Has dicho: "Me iré a otra tierra,
me iré hacia otro mar.
Bien habrá una ciudad mejor que ésta...".

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